Un guerrero llamado Marya

¿Conocéis a la tribu de los Hamer del sur de Etiopía? Se parecen mucho a los Himba de Namibia, de hecho proceden del mismo grupo étnico pero cada uno migró hacia un lugar de África, aunque ambos viven claramente en entorno de sabana. Se trata de una tribu dividida en clanes repartidos cada uno en un poblado, compuestos por extensas familias que viven cada una en una choza ovalada hecha de ramas de acacia y cubiertas de hierba seca. El poblado a su vez está rodeado por una valla circular hecha de acacias enteras y reforzadas con ramas de pinchos para evitar intrusiones.

Viven en y de la sabana. Son pastores de ganado, cultivan algún cereal, recolectan bayas y miel y cazan de vez en cuando algún antílope o ave despistada. Sufren fuertes sequías pero sobreviven. El ganado tiene su propio vallado dentro del poblado y sus heces las utilizan para reforzar las chozas y para cocinar. Las mujeres son conocidas por untarse el pelo con una mezcla de ocre y manteca de vaca, como las Himba, mejunje que con el calor les chorrea por el cuello dejándoles finas líneas marrones en la piel. El cuerpo también se lo untan con este preparado para protegerse de las picadas de insectos evitando así contraer la dichosa malaria. Geniales son las pieles de vaca bien trabajadas que utilizan como falda y decoradas con conchas marinas. ¿Conchas marinas? Este territorio, como muchos otros, estuvo hace millones de años bajo el mar y la erosión deja al descubierto conchas que utilizan como joyas.

Mi hermana Sandra vino a Etiopía en octubre de 2010 y decidimos excluir el norte del país e ir tan sólo a la parte sur para conocer la sabana, las tribus que en ella viven, los lagos del Valle del Rift poblados de cocodrilos, hipopótamos y aves salvajes, y un sinfín de maravillas que no se podía perder y como sólo teníamos dos semanas y un bajo presupuesto, decidimos ir en bus local y haciendo autoestop hasta donde fuera posible.

Tras varios días de odiseas y aventuras varias llegamos a Turmi, la capital de los Hamer, muy cerca de la frontera del norte de Kenya, un pueblo digno de películas del oeste por sus anchas calles con suelo de arena y bolas de hierba seca rodando con el viento por los caminos. En este pueblo existen casas más o menos sólidas con tejado de chapa, una escuela, un dispensario, hotelillos y baretos para los habitantes de la zona que suelen albergar peleas de hombres borrachos, como en las pelis del oeste vamos.

Íbamos por la calle andando Sandra, yo y Gino, un guía local de Turmi, de madre Hamer y padre Ari pero que había estudiado en Addis Abeba y regresó para trabajar en el sector del turismo. Como hombre que había conocido la ciudad no iba en minifalda de tela colorida ceñida con un cinturón de balas, peinado con moño y trenzas y kalashnikov a la espalda como sus compatriotas Hamer, sino que llevaba tejanos anchos hiphoperos, camiseta de Tupac y rastas cortas apuntando en todas las direcciones posibles. Muy guapo y amable, por cierto. Y un fumeta empedernido.

En esas que íbamos los tres caminando, como digo, y vemos acercarse una mujer Hamer andando encorvada con un fardo de leña a la espalda, con su falda de piel de vaca y el pecho desnudo, embarazada, y cojeando exageradamente.

Le digo a Gino: -¿Qué le pasa a esta mujer? Por favor, pregúntale por qué cojea.
Nos acercamos a ella y vemos que el empeine del pie izquierdo lo tiene completamente herido, una infección asquerosamente sucia, con pus reseca, amarillenta, verdosa, marrón, bordes negros. ¡Buaaarg!

-¿Por qué no va al médico?
-Porque no tiene dinero.
-¿La llevamos? Así no puede ir, esto tiene una pinta chunguísima.

Mi hermana llevaba ya varios días en Etiopía y también había sido víctima del síndrome ONG que te entra cuando viajas a un país pobre, o mejor dicho, empobrecido, y estaba completamente de acuerdo en llevarla. De hecho se asombraba de cómo una mujer embarazada y cargando kilos de leña podía seguir caminando con ese pie con aspecto encangrenado. Así son las mujeres de las tribus, resistentes y duras hasta extremos insospechados, con una vida de trabajo interminable y sin acceso a la sanidad. En estas condiciones no es de extrañar que muy pocas lleguen a los cuarenta y cinco años.

Nos dirigimos los cuatro hacia el dispensario y tras pagar treinta birr, un euro y diez céntimos, entramos a la sala de curas. Le curaron el pie sin anestesia local. Os podéis imaginar lo que debe de doler eso. La cogí de la mano para darle apoyo moral pero pronto me arrepentí. Me la estrujaba con sus manos de madera y os juro que casi soy yo la siguiente en la cola de curas. Mi hermana le acariciaba la pierna y la mano e intentaba consolarla. La mujer tan solo soltó una lagrimilla de nada. Mi brazo ya no recibía sangre.
Finalmente nos dieron unos antibióticos y nos explicaron cómo debía tomarlos. Pagué unos dos euros más por la medicación y nos fuimos.

La mujer, muy agradecida con nosotros, nos invitó a su casa para lo que teníamos que caminar unos cinco kilómetros bajo el sol de la sabana, acción que rechazamos rápidamente porque nosotros no somos Hamer. Cogimos el coche de un amigo de Gino y tras circular unos pocos metros la mujer empezó a marearse y a encontrarse mal. Gino nos dijo que era la primera vez en su vida que esta mujer se montaba en un coche superando los cinco kilómetros por hora a los que ella estaba acostumbrada en sus largas caminatas por la sabana. ¡Qué curioso! Es algo que no me había planteado. A pesar de que circulábamos a veinte kilómetros por hora se mareaba mucho y se mareaba de verdad, incluso vomitó, así que insistió en bajar del coche e ir andando. Debíamos esperarla a la entrada de su poblado. La leña la subimos a la vaca del coche y ella, cojeando, caminó los cinco kilómetros.

Era un típico poblado Hamer, todos los materiales eran de color tierra. Nada perturbaba la vista, ni plásticos, ni metales, ni nada que no se desintegrase en el plazo de pocos años. Ella llegó asombrosamente pronto, creo que no tardó ni cuarenta minutos. Nos abrió la mini puerta de su choza a la que había que entrar a cuatro patas con el marco rascándote la espalda. Obviamente ellos entran y salen sin ofrecer tan patética posturita.

Mi hermana y yo, sentadas dentro de ese minúsculo medio huevo, no dejábamos rincón sin rastrear con la mirada; aperos para cocinar de madera de calabaza, pieles de vaca en el suelo a modo de colchón, todo tipo de hierbas secas colgando del techo y un montón de mazorcas de maíz esparcidas sin orden por el suelo de la choza. Warka, la anfitriona Hamer que ahora lucía un pie vendado de color blanco hospital que no hacía juego con su cuerpo de tonos ocres, encendió unas ramas para prepararnos un café. Como el grano de café para ellos es muy caro, existe en la sabana el comercio de las pieles del café. Las hirvió a fuego lento, cuyo humo tragamos sin rechistar, y sirvió el aguachirri final en calabazas partidas por la mitad a modo de cuenco. Estaba delicioso, pero le faltaba algo de sustancia.

Estuvimos un rato con ella, Gino nos iba traduciendo y a la vez explicando que ninguno de los hombres de la familia le hubiera pagado la cura del pie. Es como si no valiera la pena gastar dinero en algo que para ellos es un rasguño de nada.¿Qué saben ellos de bacterias? No relacionan la suciedad con la infección. He visto más de una vez heridas infectadas envueltas en plástico y cubiertas de polvo que con el tiempo llevan a la total inutilización del miembro en cuestión.

Llegó la hora de irnos, nos despedimos y prometimos volverla a visitar algún día, quizás cuando su niño haya nacido.

En verano de 2011, estando con un grupo de españoles en Lalibela, suena mi teléfono móvil.
-Marya! Selam new? –era Gino – Estoy en el mercado de Turmi. ¿A qué no sabes con quién estoy en este momento?
-¿Me llamas desde el móvil? ¿Tenéis cobertura?
– Sí, ya han instalado la antena porque van a construir un puente sobre un río y necesitan la comunicación. Dime, adivina.
-No sé.
-Escucha – y me pasa el móvil. Oigo una voz femenina diciendo ¡Marya, Fayaw! Y una retaíla de palabras que no comprendo pero inmediatamente reconozco a Warka.

Intercambiamos palabras sin entendernos demasiado pero la alegría que viajaba por las ondas telefónicas llegaba bien. Gino volvió a ponerse al teléfono.
-¿Recuerdas que estaba embarazada?
– Claro, ya ha debido de nacer el bebé ¿no?
– Sí, está aquí con ella, colgado de su espalda. ¿Sabes qué nombre le ha puesto?
– No, dime.
– ¡El niño se llama Marya!
– ¿Marya? ¿Pero es niño o niña?
– Es niño, le ha puesto Marya.
– Pero…¿un futuro guerrero Hamer llamándose Marya? ¡Me odiará toda su vida!
– Qué va, piensa que los Hamer no son cristianos. Los nombres que escogen son tales como Llúvia, Río Seco, Maíz, etc

De hecho Warka, el nombre de la madre, es una especie de ficus del este de África. Si Warka nació bajo un Warka, le pusieron Warka. Si alguien nace en el lecho de un río seco, se llamará Río Seco. Si tu madre te parió mientras recolectaba maíz…

Yo no dejaba de alucinar. Un futuro temible guerrero, con un par de huevos negros, llevando un kalashnikov , y llamándose Marya.
Creo que es el mejor regalo que me han hecho en mi vida.

En octubre de 2011 fuimos a visitarla con uno de los grupos. El bebé es asombroso, un precioso conguito de la sabana.

Addis Abeba, diciembre 2011