El ataque Surma

Es sabido que las tribus son guerreras, que luchan entre ellos y contra otras tribus por necesidad, orgullo, venganza o simple ritual para determinar quién es el hombre más fuerte y temible del año como sucede cuando se convoca la lucha Donga, un encuentro anual donde luchan entre individuos a palazos hasta que hay un ganador. Pero hay que saber que son comunidades más pacíficas de lo que la imaginación nos sugiere; en las sociedades tribales no existe el patriotismo tribal, el fanatismo religioso, no hay cárceles ni aparato militar.

Este verano fuimos a visitar al clan Surma que vive en la aldea de Kutula Korra, al suroeste de Etiopía en dirección a la frontera con Sudán. Mi madre venía en el grupo de septiembre así que para mí era un honor poder presentarla a todos los jefes de tribu y a todo paisano que me conocía, lo que les producía gran curiosidad y admiración porque el respeto a la familia es lo más importante para ellos, así que era una forma de reafirmar mi ya consolidada fama entre las tribus del sur como jefa de la tribu de los blancos.

Durante nuestra estancia en el poblado dimos un paseo, nos bañamos en el río, jugamos con los niños y bailamos con el clan. Como cabe esperar todos querían hacerse fotos con los miembros Surma pero eso no es gratis. Por cada foto que un turista dispara hay que pagar al modelo entre dos y tres birr, según el rango. Esto a muchos turistas les incomoda. A otros les parece lógico este intercambio comercial. De hecho, es de lo más natural. ¿Qué diferencia hay entre una mujer Surma posando para la foto de un turista y Elsa Pataky posando para Interview, a parte del sueldo? ¿En qué se diferencia un grupo de personas de una tribu bailando para los espectadores y un grupo de bailaores de flamenco en un tablao bailando para turistas ingleses? Si aceptamos que vivimos en sociedades basadas en el dinero ¿por qué pretendemos que los clanes tribales sean diferentes?

Tendemos a observar a las sociedades más salvajes desde un punto de vista demasiado romántico, les vemos como lo contrario a nuestro consumismo. Nosotros queremos desarrollo, cambios y mejoras para nuestro pueblo. ¿Por qué renegamos de cualquier cambio para ellos? Las culturas no son estáticas, al contrario, son entes orgánicos, vivos, cambiantes. De hecho, existe una realidad en el Valle del Omo que va a cambiar la forma de vida de estos pueblos para siempre.

Este valle conserva una gran variedad de tribus diferentes que desde siglos se disputan las tierras bañadas por el río Omo. El gobierno etíope tiene planeada y ya financiada la construcción de una presa hidroeléctrica en el río Omo. Esto significa que cuando esté terminada el caudal actual se verá menguado en gran partes Para las tribus que residen en el valle del Omo esto significa menos agua y, a la larga, un cambio de modo de vida. Quizás tengan que emigrar a otras tierras, Sudán del Sur o norte de Kenia, lo que les supondrá enfrentamientos con las tribus que actualmente viven allí. Así que lo más probable es que el gobierno central, que quiere terminar con el nomadismo y «civilizar» a las tribus, les ofrezca asentamientos estables donde puedan disfrutar ellos también de esa nueva electricidad, escuelas, hospitales, etc. Aquellos que quieran, se amoldarán, y para ello necesitan dinero, que es lo que estan haciendo cobrando a los turistas. Digamos que están asegurándose el futuro incierto que les espera. También necesitan dinero para comprar balas para defenderse de posibles ataques, cosa que a muchos turistas nos da malos remordimientos pero, creedme, si yo fuera el jefe de los Surma, me armaba hasta los dientes.

Por otro lado, aquellos que no acepten las reglas de la sedentarización cogerán sus bártulos y se marcharan a otro lugar, como han hecho siempre.

Con todo ello quiero decir que esta gente tiene su propio criterio, analizan la situación, la sopesan y toman sus propias decisiones según les convenga. No acaban de descubrir al hombre blanco con el turismo. El intercambio entre culturas es patrimonio ancestral de la humanidad.

Sigamos con la anécdota. Por la tarde, Bardugu me preguntó si queríamos ver la ceremonia de la vaca, insistió en que mi madre no se lo podía perder.
Consiste en pinchar la arteria principal del cuello de la vaca con una flecha diminuta. Es una incisión rápida, limpia y sin daño alguno para la vaca. Mientras unos la sujetan por el rabo, cuernos y patas, otro hace la incisión y otro recoge la sangre que sale a chorro con un cuenco de madera de calabaza. Posteriormente, el niño se bebe la sangre. Es un ritual que llevan a cabo cuando un niño va a realizar su primera caza. Se supone que bebiendo la sangre se adquiere fuerza.

En esas que estábamos todos observando el ritual cuando el dueño de la vaca, que la sujetaba por detrás, y Bardugu, que sostenía a la vaca por los cuernos, empiezan a discutir entre ellos.
Intercambian palabras bruscas y gestos de pelea. No le dimos gran importancia porque no sabíamos de qué se trataba. De repente, Bardugu coge el Kalashnikov del policía Surma que nos acompañaba durante la estancia en el poblado y se pone a apuntar al dueño de la vaca con esta arma tan jodidamente intimidante.

Intercambian gritos y malos gestos, Bardugu no baja el arma, el dueño de la vaca le da la espalda, Bardugu le atiza con todas sus fuerzas con la boca del cañón en toda la espalda, el otro se gira hacia él con cara de odio y Bardugu quita el seguro del Kalashnikov. Clak-clak. ¡¡¡Y empieza a apuntarnos a todos!!! Joder qué sonido. Es el sonido que avisa que lo próximo que viene es un disparo. El dueño de la vaca reaccionó asombrosamente rápido y comenzó a correr camino abajo zigzagueando como una gacela y en menos de un abrir y cerrar de ojos se había esfumado entre la maleza.

El grupo de españoles se dispersó tan rápido, sin orden de fuga, que incluso uno se tropezó con el dueño de la vaca tirándolo al suelo. Tamrat, nuestro guía local gritaba Marya run!! El niño, todavía con el cuenco de sangre en la mano, se refugió detrás de un árbol. Todos desaparecieron. El grupo, el dueño de la vaca, Bardugu tras él, Tamrat tras los arbustos del camino.

En eso que miro delante de mí y veo a mi madre ahí de pie, frente a mí, tan quieta como yo, las dos cara a cara contemplando la escena. No nos habíamos movido ni un centímetro del sitio, ninguna de las dos. Nos asombramos la una de la otra, de la mutua tranquilidad con que habíamos vivido aquello. En cuanto volvimos en sí y vi que los dos Surma habían desaparecido maleza adentro, empecé a llamar al grupo para que salieran y regresáramos lo antes posible al poblado. Corrimos camino arriba y de lejos escuchamos dos disparos. Pensamos que alguien había matado a alguien. Sin embargo, el policía Surma, que por lo visto logró quitarle el arma a Bardugu disparó al aire para intimidar. Ya te digo si lo consiguió, por lo menos a nosotros.

Cuando llegamos al poblado los Surma y el resto de nuestro equipo de conductores nos esperaban con cara de ¿Qué ha pasado? Pero ni siquiera nosotros lo sabíamos.

Durante la cena, como no, estuvimos comentando la jugada entre los del grupo, todos excitadísimos. Nos podrían haber matado. Casi me da un infarto. No he corrido tanto en mi vida. Me tropecé con el dueño de la vaca y casi lo mato yo aplastándolo. Y un largo etcétera de sensaciones.

-¿Y tú Paqui? – dice Ferran dirigiéndose a mi madre – Te has quedao ahí pasmada sin moverte.
-Es que desde el principio vi que no iba con nosotros. Era una pelea entre ellos.
-Sí pero el tío nos apuntaba con el kalashnikov. – Paco imitaba al Surma moviendo los brazos apuntando de un lado a otro. Parecía un niño imitando a los vaqueros del lejano oeste. –Nos podía haber dado a cualquiera.
Mi madre, tan tranquila como antes le contestó:
-¿Pero cómo te va a disparar? Sólo quería intimidarnos para mostrar quién era el más fuerte. Eso se ve en las pelis. Cuando uno quiere aterrorizar se pone a apuntar a la gente. Yo sabía que no iba conmigo y no he sentido pánico en ningún momento.
-¿Y tu Miriam? También te has quedado ahí, sin moverte.
-Soy hija de mi madre.

Por la tarde había estado hablando con el policía Surma a través de nuestro guía local que hacía de traductor para intentar esclarecer el por qué de esa violencia tan salvaje. Realmente eran como fieras enfrentándose sin ningún tipo de miramientos por lo que podría pasar. Se ve que Bardugu, mientras sugetaban la vaca le estaba preguntando al dueño que cuánto nos iba a cobrar por ofrecernos el ritual. El dueño le dijo que nada, que se trataba de Marya y había venido con su madre. Bardugu se enfadó porque era él quién me había propuesto el ritual con la intención de ganar dinero y le acusó de querer quedárselo todo para él. El dueño de la vaca le contestó insultándole y fue entonces cuando Bardugu cogió el kalashnikov y se desató la pelea. En resumen, una pelea de barrio cualquiera pero que en ese territorio puede acabar con algún muerto.

A la mañana siguiente Bardugu todavía no había aparecido y tardaría mucho en hacerlo porque en el momento de su reaparición tendría que someterse al juicio del jefe del poblado, Oligolegne, y sus hombres de confianza. El dueño de la vaca sí que estaba allí sentado sobre un tronco con cara de pocos amigos. Le miré la espalda y tan sólo tenía una pequeña marca del cañón del arma. Un rasguñito de ná. Increíble. Me disculpé por lo sucedido. Noté que estaba bastante avergonzado pero no tenía por qué. Podía haber muerto, así, por la cara, sin más motivo que el de haber insultado a Bardugu.

Así es la vida entre los Surma, que mirándolo bien tampoco difiere mucho de otras peleas de barrio en otros lugares del mundo.

PD: debo decir que este es un caso aislado que sucedió de forma inesperada. Ni los conductores, ni el guía acompañante, ni yo, que hemos estado decenas de veces en estos poblados, habíamos nunca vivido una situación similar. El jefe del poblado se disculpó por lo acontecido y nos pidió que no dejáramos de venir. Que él siempre nos protegería.

Los Surma, los guerreros del Donga – YouTube